Game of thrones (2011-)

He de confesar que, aún trabajando esta mañana, me he levantado de madrugada para ver el final de temporada. Facebook es oscuro y alberga spoilers y yo no quería comerme ninguno. Más, cuando llevo esquivándolos desde octubre del año pasado cuando salió a la luz la sinopsis de cada uno de los episodios de esta temporada -hoy ya podemos googlear y confirmar que no eran simples teorías. Lamentablemente, las (numerosas) filtraciones no son lo peor de esta séptima temporada.


Para quién haya vivido en un búnker los últimos siete años, Game of Thrones es una serie de la HBO basada (a veces calcada y otras ligeramente inspirada) en los libros Canción de Hielo y Fuego del escritor americano George R.R. Martin. Que la saga no esté aún acabada (sólo se han publicado 5 de 7 libros) ha dado lugar a que la serie se tome ciertas licencias más allá de la literatura disponible.

Desde el principio. La primera temporada se crea a imagen y semejanza del primer libro, A game of thrones -que es el que da nombre a la serie-, y se convierte así en el gran éxito de 2011. Los lectores de la saga, reticentes ante la posibilidad de que destruyeran algo hermoso, tuvieron que tragarse la lapidaria afirmación de que "el libro es mejor", puesto que no era mejor ni peor, era igual. Por supuesto, esto no iba a durar mucho: la audiencia, con ganas de más tras esa última escena en el fuego, se lanzó a por los libros, las tazas, los mapas y las camisetas. George Martin, que preveía cuatro años para terminar la saga antes de que la serie lo atropellase, se levantó de su escritorio y se fue de gira a firmar libros, dar entrevistas y de paso colaborar con la ejecución de la serie. 

A la segunda temporada, y ya con un público afianzado, los responsables de la serie (David Benioff y D.B. Weiss) llegaron un poco más creativos y la serie empezó a separarse de los libros. Habían descubierto la gallina de los huevos de oro y estaban dispuestos a explotarla. Sin embargo, partían de una premisa y es que, por muchos rodeos que dieran en la serie, llegarían al mismo final que la saga literaria. Los años pasaron y el bueno de Martin seguía sin publicar los dos últimos libros. En 2014, una entrevista en la revista Vanity Fair afirmaba que Benioff y Weiss conocían el final de Canción de Hielo y Fuego. Los fans podían respirar de nuevo: pasase lo que pasase llegarían al final.

Estos vaivenes, al antojo de los showrunners, es lo que nos lleva a hoy: el día de la emisión del último capítulo de la penúltima temporada de la serie. Los finales son difíciles, te has acostumbrado a que los lunes no están tan mal y de repente, hay una razón menos para querer comenzar la semana. Añádele el jet lag que produce trasnochar para evitar que, a la mañana siguiente, un gif a destiempo te fastidie tu capítulo y como resultado tienes la crítica de hoy. Echemos la vista atrás y destripemos la temporada.

La gran decepción de este último capítulo final, sumada a la puesta en contrapunto con Vikings de este fin de semana (es tu culpa, Alberto) me obliga a afirmar que Game of thrones está bien siempre y cuando no la pienses en exceso. Todo son risas hasta que te das cuenta de que Thoros, un dragón y siete sherpas han muerto para que Cersei crea en los muertos. Durante estos siete años, la serie ha sido una montaña rusa: los grandes momentos eran eclipsados por tramas que quedaban vacías y por actores que abandonaban la serie siendo sustituidos por otros (que ni se le parecían) de un capítulo para otro. Tenemos toda una serie de decisiones que parten de subestimar a la audiencia. ¿Quién va darse cuenta de que Daario Naharis, Beric Dondarrion, Myrcella y Tommen (entre otros) han cambiado de físico? ¡Pues los mismos que se iban a liar con los nombres de Asha y Osha! <<Cambiemos el nombre a Asha, que la gente lo va a confundir con Osha -que, por cierto, va a durar tres días en la serie- aunque ya hayamos presentados a los personajes con sendos nombres>>. Y cómo olvidar el gran ejemplo de infravalorar al espectador de esta temporada: los teletransportes. Viaje a Poniente, ahora diez veces más rápido. Conozca al cuervo supersónico. Gendry no es un Baratheon, sino el legítimo sucesor de Usain Bolt.

Los dos Daario Naharis.


Ahora sí, Game of Thrones 7x07: The Dragon and the Wolf. Tal y como vaticinaba algún usuario de Twitter entre bromas, el título se refiere a la postura sexual con la que Jonenerys (los Brangelina de estos últimos episodios) van a comenzar su relación. Este speed dating entre dos personajes tan cruciales de la saga es ridículo. Se reservan para el último episodio una escena de cama, sin mediar palabra y con los desnudos que caracterizan a las series de la HBO -lo que nos vamos a ahorrar en un dragón, gastémoslo en tetas-.

Si tenemos que quedarnos con una escena para despedir la temporada, sin duda es la de la muerte de Meñique. El que se había consagrado como manipulador entre las sombras, cuidadoso e inteligente, ha caído y deja un recuerdo lamentable con su última acción. Al parecer, no había nada más interesante en todo Poniente que echar a pelear a las pánfilas hermanas Stark. Sansa, que se había proclamado superviviente tras sus últimas penurias, queda en segundo plano, una vez más, con la llegada de Jon a Invernalia. Lo que parecía una temporada de mujeres al poder, ha quedado en cuatro episodios de cesión paulatina. Por otra parte, la trama de Arya se nos ha quedado coja y es que, después de meterle cuatro temporadas de entrenamiento, su lista ya no tiene cabida en Desembarco del Rey y vamos a tener que dejarla sembrando caretas en Invernalia.

También en el norte, Sam, como si del protagonista de Destino oculto se tratara, abre una puerta a la habitación de Bran que, en el único momento de lucidez en la temporada, decide por fin contarle a alguien los entresijos de la ascendencia de Jon. Sam, al que ya nada puede sorprenderle, le replica que, por lances del destino, había leído algo sobre una anulación y que haga el favor de buscar en el historial de visiones por si acaso puede descubrir algo más. ¡Y tanto que lo hace! Sin árbol ni ná, es capaz de ver cómo una Lyanna moribunda en la cama le dice a su hermano que su recién nacido se llama Aegon Targaryen. Porque la chica se estará muriendo, pero tiene muy claro que no quiere que su chaval se acabe llamando Javi o Johnny.

Todo ello sin hablar de los tristes reencuentros, tan esperados y tan mal llevados a cabo, ni del recién descubierto carácter apacible de Cersei. Eso sí, después de 80 minutos de capítulo, ya sé que la llama del dragón convertido es azul.

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